Historia del Templo del Placer: 12
En la penumbra de la habitación, sus poros se fueron abriendo sólo con mirarse a los ojos; olvidaron sus alianzas y no quisieron tener memoria. Les daba hasta miedo sentir el roce de sus cuerpos…
“Apriétame contra tu cuerpo y susúrrame al oído todo lo que te gustaría hacerme y luego… ¡házmelo! “ Eso era lo que le decía ella. Él no decía nada, le gustaba que ella le dijera cosas pero él callaba…. Sólo sus ojos y sus manos hablaban… y eso bastaba.
A los dos les pudo el instinto de buscarse y de encontrase. El placer de coincidir. La ilusión de gustar. La emoción de desnudar y de descubrir, despacio, el juego. El rito de acariciar prendiendo fuego y siendo leña al mismo tiempo. La delicia de encajar.
Y es que cuando las ganas son mutuas la pasión es doble.
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